La conocida reputación de Tarifa como zona de diversión al sol, puede dar la impresión de que todo lo que puede ofrecer son solo bonitas playas y mucho viento, pero sin embargo, la ciudad posee asimismo una faceta, no menos importante, como centro histórico y cultural de Andalucía.
Construida sobre una rocosa extensión de terreno, extremos sur del continente europeo, Tarifa siempre fue de importancia vital desde el punto de vista estratégico. Quien poseía el control de la ciudad, dominaba las rutas de navegación entre Europa y el norte de África, al igual que la entrada del Atlántico al Mediterráneo. Por ello, no es de sorprender que por ella se hayan librado incontables batallas durante varios siglos.
De acuerdo con documentos históricos, Tarida data de al menos el siglo I A.C. cuando era conocida como Tingentera, pero vestigios arqueológicos hacen pensar que casi mil años antes, en la Edad de Bronce, ya existía aquí un importante asentamiento humano.
En el 710 D.C. el oficial Tarifa-Ibn Malik dirigió la expedición que, adentrándose en España por esta comarca, conquistaría la ciudad, siendo así la primera ciudad tomada de la península ibérica. Tingentera fue rebautizada con el nombre que de Tarifa en su honor y se convirtió en un importante punto estratégico desde el que partieron numerosas campañas de conquista morisca.
Fue durante este periodo, cuando la Tarifa que conocemos hoy día fue tomando forma. Las murallas y accesos a Tarifa son la prueba fehaciente de la histórica importancia de la ciudad, con incontables reformas y restauraciones para reforzar su estructura defensiva, legado de los diferentes mandatarios que controlaron la ciudad. De cualquier forma, la herencia de mayor valor fue sin duda la dejada por los moros, bajo el mando de Abderraman III, que fue quien ordenó la construcción de un inexpugnable castillo al borde de un acantilado en 960 D.C.
Todavía hoy rodeado de murallas, podemos acceder al barrio histórico de Tarifa por cualquiera de sus arcadas de estilo medieval. Paseando por laberínticas calles empedradas distribuidas de tal forma que siempre tienen sombra, uno queda "enganchado" al ambiente del bullicio de las cafeterías, tiendas, mercadillos, placitas llenas de flores, antiguos patios y típicas casa matas brillantemente encaladas.